El neurólogo Ángel Chamorro ha descubierto una fórmula que aumenta las probabilidades de salir indemne del ictus. Lo ha experimentado en el Hospital Clínic de Barcelona. Y funciona. Con su descubrimiento se podrían curar del todo 36.000 españoles al año. Nos lo cuentan él y sus agradecidos pacientes. Por Fátima Uribarri
De cada paciente que llegaba doblado, torcido o apagado por un ictus recogían la máxima información en análisis exhaustivos. Es una práctica que el neurólogo Ángel Chamorro se trajo de Estados Unidos, donde aprendió la importancia de las bases de datos. Al regresar a España, lo puso en práctica junto con su equipo de colaboradores. Decenas de carpetas archivadas y clasificadas contienen los datos de miles de sus pacientes. su presión arterial, el número de sus glóbulos rojos… y también sus niveles de ácido úrico. Fue este último el que llamó la atención del doctor Chamorro. «Comprobé que quienes tenían los índices más altos de ácido úrico tenían más probabilidades de superar el ictus sin secuelas».
Cotejando miles de datos, Chamorro se dio cuenta de que el ácido úrico era crucial. Un ingrediente tan sencillo permitía recuperar el habla y la movilidad tras un ictus
Lo cotejó muchas veces. Su sorpresa se convirtió en entusiasmo. ¡Eureka! El ácido úrico podría ser crucial en la recuperación de esta enfermedad que provoca la mitad de la discapacidad crónica en Europa. Un ingrediente tan sencillo como ese podría decidir que regresara el habla, la movilidad y la visión a quienes han padecido ese cortocircuito que puede torcer vidas para siempre.
Ángel Chamorro publicó su hallazgo en las revistas más prestigiosas de la neurología mundial y se lanzó a la búsqueda de medios para poder convertir su descubrimiento en un medicamento «que se pueda comprar en todas las farmacias del planeta», dice Chamorro.
Es difícil. Él lo sabía. Pero no imaginaba cuánto. Ha tocado muchas puertas, ha sorteado burocracias y todavía (15 años después de su hallazgo a través de la observación clínica) sigue empecinado en abrir una brecha de esperanza de recobrar la normalidad para los quince millones de personas (100.000 de ellos españoles) que cada año sufren un ictus.
Ángel Chamorro se fue a la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios y empezó a subir escalones. En 2007 publicó los resultados de un estudio realizado sobre 24 pacientes. «Se demostró que el fármaco era muy útil», dice.
Como rosas en cinco días
Todo se analizó y registró. Luego pasaron al estudio en fase 3: el doctor Chamorro logró que le fabricaran la fórmula (un laboratorio se gastó en ello 600.000 euros) con las garantías que exigen las normas internacionales de calidad de los medicamentos. En 2012 pudo experimentar con 421 pacientes; Magdalena Blasco, Jordi Soler y Paquita García son tres de ellos. Llegaron mudos e impedidos a la Unidad de Ictus del Hospital Clínic. «¿Aceptan participar en un tratamiento experimental?», preguntaron con prisa a sus familiares. Con el ictus, la velocidad de reacción es determinante para evitar secuelas. cuanto más tiempo un trombo bloquee una arteria e impida el riego del cerebro, peor para el paciente. «Es una lucha contrarreloj. 1,7 millones de neuronas mueren cada minuto con el ictus», explica el doctor Chamorro.
La hermana de Jordi y los maridos de Magdalena y Paquita dieron un sí rápido. Inmediatamente y durante 90 minutos los tres pacientes recibieron por vía intravenosa la fórmula con ácido úrico. Los tres están felices y agradecidos. Están perfectos. Entraron en el hospital en camilla y a los cinco días salieron caminando. Sanos. «Lo llamamos ‘el efecto Lázaro’. Es emocionante. Es como cuando haces un empalme con un cable y se hace de nuevo la luz», dice el doctor Chamorro.
Los resultados fueron asombrosos. El éxito en quienes recibieron la nueva fórmula fue de un 36 por ciento. Pero aún hay una opción mejor. Añadir un fármaco trombolítico y utilizar trombectomía mecánica, «un dispositivo que abre las grandes arterias y las desatasca», explica Chamorro, aunque este tratamiento no es apto para todos los pacientes. «Hasta el 69 por ciento de los ictados que tratamos con trombectomía y ácido úrico quedaron totalmente sanos», añade.
Y es hasta rentable
¿Por qué solo el 50 por ciento de quienes han padecido un ictus están libres de secuelas a los tres meses de haberlo sufrido? Aquí, el oxígeno tiene un papel contradictorio. Cuando los médicos retiran el trombo, se reactiva la circulación, regresa el oxígeno, buena cosa, «pero el oxígeno produce daños, activa mecanismos dañinos para la célula», explica el doctor Chamorro. Lo llaman ‘estrés oxidativo’ «y el ácido úrico es antiestrés oxidativo», añade. De ahí el éxito.
“Lo llamamos ‘el efecto Lázaro’. Es emocionante. Es como cuando haces un empalme con un cable y se hace de nuevo la luz”, cuenta el doctor Chamorro
Además de las ventajas vitales para los ictados, las arcas públicas vivirían un agradable desahogo. «El ictus cuesta a España casi 3000 millones de euros al año. Si hablamos de 36.000 casos menos al año con secuelas, se podrían ahorrar entre 455 y 840 millones de euros».
Ángel Chamorro asegura que puede conseguirlo con tres millones de euros. Los necesita para hacer más experimentación y confirmar la eficacia del tratamiento. Hay que pagar un seguro, una base de datos electrónica, personal estadístico y de monitorización… «La eficacia de esta fórmula la han demostrado dos estudios. Podríamos evitar las secuelas en 36.000 ictados cada año en España», repite el doctor Chamorro.
El mal que crece
Su padre era médico rural. «De él aprendí el trato con los pacientes», cuenta Ángel Chamorro, neurólogo de 59 años que nació en Oñate (Guipúzcoa), estudió Medicina en Madrid y se formó en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos. Dirige la Unidad de Ictus del Hospital Clínic de Barcelona. Ha tratado a unos 20.000 ictados. Los pacientes son cada vez más jóvenes. cada semana llegan allí personas de 40 años, y los jóvenes menores de 20 años van en aumento. Además del tabaco, la obesidad o la hipertensión, hay un nuevo causante del ictus. la contaminación. «El ictus mata a 6 millones de personas al año en el mundo -dice Chamorro-. De ellos, 1,3 millones son víctimas de ictus mortales atribuibles a los efectos de la contaminación atmosférica, según la Organización Mundial de la Salud».
Paquita García, 69 años, ama de casa
“Era mi marido el que se la jugaba con el nuevo tratamiento, yo estaba fuera de combate. Ahora estoy la mar de bien”
«Comieron mis nietos en casa. Luego se fueron al colegio y vino una prima mía de visita. Después del café, me encontré mal. Perdía fuerzas, se me iba la vista. Me senté en el sofá. Se me acabaron las pilas. Me desplomé. Oía cosas, pero no podía hablar, no me salía. Vino una ambulancia. Todo fue muy rápido. En el hospital pidieron permiso para una medicación nueva. Era mi marido el que se la jugaba, yo estaba fuera de combate. Todo fue bien. ingresé un lunes por la tarde y salí el viernes por la mañana cien por cien bien», cuenta Paquita. Nunca ha fumado, solo toma un poco de vino en las comidas, no hay antecedentes de ictados en su familia, camina bastante a diario, no es obesa y es de tensión baja. Pero le descubrieron una anomalía en el corazón, «una vena que se ve que no se cerró bien», cuenta ella. Además, es mujer: el ictus es la primera causa de mortalidad entre las mujeres y la tercera entre los hombres. «Estoy la mar de bien. Ya pasó», concluye.
Magdalena Blasco, 69 años, directora de una Fundación social
“Me salvó estar con gente cuando me dio el ictus. Luego salí del quirófano hablando como una metralleta”
«Era viernes. Me quedé en la oficina para ultimar papeles antes de las vacaciones, que empezaban ese lunes. Fui a comer al bar de siempre. Se me cayeron las llaves y no me di cuenta. Hablaba mal, no decía nada coherente. Los dueños del bar llamaron a la ambulancia. Yo tenía la boca torcida, estaba paralizada de medio cuerpo, y como tonta, y, sin embargo, era consciente de todo, incluso me daba cuenta de las calles por donde iba la ambulancia. Me dijeron que el mío fue un caso difícil. Entré dos veces en quirófano para destruir el coágulo. La segunda vez fue un éxito total. Salí del quirófano hablando como una metralleta», recuerda Magdalena. Tres meses después entró de nuevo en un quirófano para someterse a un by-pass gástrico. Ha perdido 27 kilos. Magdalena era obesa e hipertensa y su padre también padeció un ictus; él, con graves secuelas. «Me salvé por estar con gente que llamó a una ambulancia. Tras el ictus, me ha quedado el miedo a estar sola», confiesa.
Jordi Soler, 66 años, administrativo
“Estaba en la oficina trabajando. De repente se me cayó el brazo derecho. No me respondía. No podía escribir”
«Estaba en la oficina trabajando. De repente se me cae el brazo derecho. No me responde. Lo subo a la mesa con el otro brazo. Se me vuelve a caer. No puedo escribir. No puedo hablar. A la media hora ya estaba en el Hospital Clínic. Preguntaron si quería entrar en un programa nuevo. Llamaron a mi hermana y ella dijo que sí. Al día siguiente empecé a mover la parte derecha del cuerpo y a hablar, aunque mal. Me recuperé rápido. Salí caminando del hospital -con ayuda- a los cinco días. Vino una fisioterapeuta a casa y a los veinte días estaba perfecto». Así resume Jordi su odisea con el ictus. Luego tuvo problemas de próstata y un cáncer de recto. Ha superado todo. Y se ha casado hace poco, a los 65 años. Sigue trabajando: se jubilará en octubre. ¿Secuelas? «A veces me encallo, pero la logopeda dice que es normal. Además, siempre he pensado mucho más rápido que lo que hablo. Eso le pasa a mucha gente. Quizá es que ahora lo achaco todo al ictus».